CAM: Centro de Arte Móvil
Espacios de Arte
Hace algunos días, desde el suplemento de un periódico local me han escrito, formulándome dos preguntas: ¿Existe necesidad de espacios para la plástica a nivel nacional y/o regional? ¿Qué en concreto y por qué?
Mi primera reacción fue la de responder ¡por supuesto que si! Existe la necesidad. Pero dejamos fuera el deseo. Sin embargo, encontré que era una buena ocasión para definir, con rigor, el rango de dicha necesidad. Lo que pasa es que hay que definir, primero, de qué tipo de necesidad se trata y de cuáles son los espacios adecuados para satisfacerlas. Los niveles de la demanda están circunscritos al encubrimiento de los deseos de objeto. No cabe duda que una gran cosa en regiones, es poder disponer de una sala que tenga condiciones mínimas para que artistas locales y no-locales exhiban. Pero eso no basta. Hay que pensar que ya hubo una experiencia de dos curadores argentinos, que visitaron Chile, en el marco de una política independiente de intercambio, cuya presencia tuvo el valor de haber planteado una severa crítica a la exhibición como forma hegemónica de la visibilidad de las obras.
Estos curadores se llamaban Valeria González y Santiago García Navarro, y pasaron por aquí siendo portadores de una experiencia que habían montado hacía algunos unos años, bajo el nombre Duplex. El caso es que todo parece como si no hubiese tenido lugar esa visita. La verdad es que plantearon una pregunta que los artistas chilenos, de algún modo, han respondido. ¡Hay que ver como! De todos modos, el periodismo cultural se queda siempre a la zaga. De hecho, sigue preguntando si son necesarias las salas de exhibición, como si nada hubiese ocurrido en el último quinquenio de la escena local metropolitana. Lo cual nos deja abierta la hipótesis desde la cual es de suponer que en las escenas locales hay obras que exhibir. Solo que hay un detalle: si hay obras, debemos pensar a qué período corresponden.
Aquí debo reproducir lo que un encargado de instituciones me ha señalado, alarmado: en regiones –me dice- ¡solo hay arte moderno!. Luego, aceptaba la idea de que había arte moderno avanzado, que se conectaba muy bien con obras de arte contemporáneo, retardadas, como es el caso de la academización del arte contemporáneo exhibido en Santiago. De lo cual sacaba la siguiente conclusión: entre un arte moderno adelantado y un arte contemporáneo retrasado, no llegamos a ninguna parte. Con lo cual, la pregunta que me hacía el periodista caía, como un peso muerto.
Ahora, comparto la idea de quienes sostienen que, más allá de tener salas de exhibición de arte moderno adelantado, es mejor montar experiencias que no nos hagan reproducir obras de arte contemporáneo retrasadas, como al estilo de Santiago. ¿Y cómo hacerlo? Es decir: ¿cómo hacer que en regiones, en algunas escenas locales, sea posible producir obras de arte contemporáneo adelantadas?
Lo que hay que diseñar son centros de arte a nivel regional, que no solo permitan exhibir, como un mal menor necesario, sino que sean espacios de experimentación, destinados a calificar la producción de las escenas locales de arte, efectivamente, como arte contemporáneo de punta.
En regiones, no se requiere de salas, solamente, sino de espacios que sean laboratorios de producción artística, que planteen desafíos mucho más complejos que simplemente exhibir o montar una instalación. Eso quiere decir que el concepto de laboratorio obliga a redefinir lo que es una “infraestructura” local para las artes visuales. Perdón: si hay escenas modernas, no hay artes visuales, sino tan solo artes plásticas. En el currículo de artes visuales del Mineduc, se lee, en portada de los cuadernillos, “artes visuales”. Pero ese currículo fue redactado con aspiraciones educativas modernas, no contemporáneas. Por eso, sirve de poco y nada.
Pues bien: un laboratorio desestima el fetiche de la “formación de audiencias” y participa directamente de una modalidad que incide responsablemente en la formación de público específico. Lo que Humberto Eco llamó en un momento lector cooperante.
De ahí que, en lo que a espacios de arte se refiere, el arte contemporáneo ha puesto en duda las condiciones en que las obras deben ser presentadas, porque el concepto mismo de presentación, y más aún, el propio concepto de producción de obra, han sido radicalmente modificados por las nuevas prácticas. De este modo, la infraestructura del arte no se remite a las salas de exhibición, sino a un espacio de producción específica.
Bajo el imperativo anterior, un espacio de arte puede ser, tan solo, una oficina con computadores, sala de reuniones y un estante con documentación. El arte se resuelve como “proyectos” y como “procesos” que definen su visibilidad en otros soportes, en otros formatos. Un espacio de arte, hoy, es por ejemplo, un espacio editorial. La noción de infraestructura se ha expandido en el terreno del arte, entrando a ocupar las estrategias formales de la producción de libros. Es decir, en el fondo, se trata de un espacio que puede estar, más allá y más acá del libro, si tomamos a éste como punto de referencia principal. Puede ser, por qué no, un simple folleto impreso a mimeógrafo en papel roneo tamaño fiscal. Ha llegado a tal punto el manierismo del catálogo de artistas con apenas-obra, que la editorialidad se levanta como un espacio de resistencia flexible.
Por Justo Pastor Mellado